La era diésel toca su fin


Los coches de gasóleo, dos de cada tres de los que se matriculan en España, se enfrentan a un porvenir incierto. La creciente suciedad del aire en las grandes ciudades los sitúa en el punto de mira de políticos y ecologistas. La decisión del Ayuntamiento de París de prohibir su uso en un plazo de un lustro va a marcar un antes y un después en la política contra la contaminación de las áreas urbanas europeas. El ejemplo empieza a cundir en otras grandes capitales de la UE: Londres ha habilitado ayudas a los conductores que sustituyan su vehículo de gasóleo por otro menos contaminante y los socialistas madrileños han pedido que se adopten medidas similares a las de París para que desaparezcan del tráfico urbano en el horizonte de 2020.
De héroes a villanos. El futuro de los diésel se parece mucho al de los protagonistas de muchas de las antiguas novelas de vaqueros. Potenciados durante las dos últimas décadas por la industria y las administraciones, todo apunta a que su periodo de esplendor toca a su fin. Francia ya ha anunciado la introducción de nuevos impuestos sobre el gasóleo. De momento serán dos céntimos por litro aunque nadie duda de que la tasa marcará una tendencia que no tardará en colocar su precio por encima del de la gasolina. El mercado del automóvil del país vecino ya ha intuido la jugada y el porcentaje de ventas de los diésel, que alcanzó el 73% en 2012, se redujo hasta el 65% el año pasado. Los concesionarios y los fabricantes hacen sus estimaciones y dan por descontado que el fin de la hegemonía de los propulsores de gasóleo está a la vuelta de la esquina.
A quienes conocieron los toscos y humeantes Perkins que equipaban los taxis españoles en los ochenta les costó asimilar que los propulsores diésel podían llegar a ser tan eficientes como los gasolina. La generación de motores que salió al mercado hace un cuarto de siglo, encabezada por unas siglas, TDI, que terminarían convertidas en leyenda, convenció incluso a los más escépticos de que un coche de gasóleo no solo no traqueteaba sino que incluso podía circular muy deprisa. Los autos diésel, limitados hasta entonces al terreno profesional, empezaron a acaparar mercado.
Boina de polución
Dado que la única contaminación que por entonces preocupaba era el dióxido de carbono (CO2) y dado también que los diésel emitían un 20% menos de ese compuesto que los gasolina, las administraciones mantuvieron una política de precios favorable al gasóleo. La combinación de avances tecnológicos y rentabilidad encaramó a los diésel al primer puesto de la lista de matriculaciones. Todavía hoy representan el 66% de las ventas en el mercado español (datos de 2014), lo que abre un interrogante sobre el futuro a medio plazo de ese ingente parque automovilístico de once millones de unidades sin contar buses ni camiones. Su caída en desgracia obedece a sus malos humos, sobre todo a las partículas (PM) y óxidos de nitrógeno (NOx), dos contaminantes que no están presentes en la gasolina y que son los principales responsables, junto a las emisiones de las calefacciones, de las boinas de polución que se forman en muchos núcleos urbanos durante los anticiclones en invierno.
Aunque los diésel han evolucionado y la contaminación que emiten los de fabricación más reciente se ha reducido de forma drástica, buena parte de los que están en circulación son coches veteranos que expulsan más sustancias nocivas de las aconsejables. “Los estudios de contaminación en las ciudades demuestran que la apuesta de las administraciones por los motores de gasóleo fue una equivocación monumental”, reflexiona Luis Murguía, asesor del Real Automóvil Club. El experto está convencido de que el nuevo marco legislativo que prepara la UE jugará en beneficio de los híbridos y penalizará el gasóleo. “Nos metieron en la cabeza que los diésel eran mejores que los gasolina y ahora, cuando se ha descubierto el error, el que va a pagar el pato va a ser el automovilista”.
Fuente: Las Provincias

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